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Los conformistas

Le llamaban la casa de los siete pecados capitales, entrabas y podrías ver el suelo tapizado de algunas bolsas de golosinas y papas o empaques de comidas ya caducadas. Un viejo sillón solo en lo que parecía pretender una sala. Subías por la escalera, pasabas por una habitación con un colchón desordenado, varias cajetillas de cigarros vacías, una bocina guardada, una guitarra, un montón de ropa y sabanas. Salías a una pequeña terraza, con algunas sillas, botes de cerveza tirados y aplastados, una computadora emitiendo algunas canciones de rock.

Y estaban ellos. Tú ya sabes quienes son.Ellos, que son como tú y se despabilan entre los pecados con gente como tú y yo, dónde se dan cuenta que no están solos en la pesadez de la rutina y el reto de sobrevivir con el ego intacto e incluso un poco inflado. Conviven en su propio ruido, en su manera de anestesiarse de un dolor que aún no saben cómo definir de cierto. Son independientes, son jóvenes y por supuesto son pendejos.Entre ser joven y pendejo, uno pasa y el otro es eterno.Pero, entre esa idiotez que nos sigue de por vida porque es algo inevitable, peleamos para lograr esa sensatez que nos permite decir; soy pendejo pero estoy creciendo para serlo menos.


Entonces, te sientas y no los ves pero los observas,
Los escuchas,
Los imitas,
Los sientes,
Y te das cuenta que eres tú en varias versiones
De que el otro no es más que tú en otro contexto
A pesar que en el momento pareciera una coincidencia
En otro estado
En otro cuerpo.
Fumas mota, te tomas un bote,
Te descuidas y te envuelves en las pláticas,
Comes un poco de lo que te ofrecen
La avaricia de tener lo que no tengo,
Te relajas y tocas un poco un cuerpo,
Sonríes y no lo tomas en serio.
La envidia de los éxitos de mí opuesto,
La conversación se torna densa
Sobre las constantes ganas de superar todo esto
Desde el cómodo espacio de este asiento.

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